El viento lo despeina, como caricia de despedida, el aire, algo acre por la proximidad de los verdugos le trae recuerdos lejanos, pero no distingue bien de qué.
La soga con que le ataron las manos le aprieta demasiado, la derecha ya casi está entumecida, no cree que tenga sentido pedir que la aflojen, muy pronto su cuerpo estará colgando del cadalso y será otra la soga que lo asfixie.
Pensó que sentiría pánico en este momento, pero no es así, está entregado ya, a este destino que no entiende, sumergido en un mundo de infierno del que quiere salir lo más rápido posible.
Sí le teme al dolor… no sabe si será rápido o si tardará unos minutos; le han dicho que no, que son sólo unos segundos de conciencia en que el instinto hace que el cuerpo quiera sustentarse en algo firme, buscando en vano un piso donde afirmarse, pero rápidamente después sobreviene la muerte.
Ya se ha imaginado tantas veces esta escena que hasta cree que puede convencerse que se trata de otra de las muchas pesadillas que poblaron sus noches desde que está en prisión.
Tal vez no sea cierto y otra vez, en medio de un grito de pánico sostenido, ahogado por el miedo que sobreviene en medio de la noche de los condenados, luego se despierte y se dé cuenta que no es real, que no ha llegado todavía el día tan temido, el del irrenunciable final al que lo han condenado.
Pero en aquellas pesadillas nunca fue tan intenso el hormigueo de las manos atadas, tan angustioso el tragar saliva que se ha vuelto, de repente, extremadamente amarga y escasa.
Le darán agua si pide? ya no, para qué, para demorar unos segundos más y sentir que tiene todavía garganta y cuerpo por el que se desliza el líquido? Más vale no pensar, dejarse llevar sin queja hasta el final de la escalera, escuchando apenas crujir la madera que amenaza ceder con el peso de los condenados y de quienes lo acompañan.
Silencioso cortejo el de los verdugos y de los doctores de la Ley. Escucha, sin embargo algunos gritos, gente sin rostro que lo insulta, clamando a los cielos para que se haga justicia. ¿Es merecido lo que se avecina? ¿Es ésta la manera en que se debe corregir los pasos de los fieles?
No la siente como justa, en cambio la sufre cruel y vengativa, clavándose como espinas en su carne las miradas lacerantes de los que acudieron a ver, a ser testigos de este acto con el que se honrará la Ley, con el que se dará ejemplo para quienes se atrevan a no obedecer, a quienes osen insultar con su vida lasciva la memoria del Profeta.
Su pecado ha sido inmenso, lo reconoce, aberrante y contrario a su misma naturaleza, ofensivo hacia todo lo que es sagrado.
Recuerda la mirada de sus padres cuando lo supieron, llorando y rasgándose los vestidos en señal de dolor y vergüenza.
Nunca antes su madre lo había rechazado ni tratado con tanto espanto e incredulidad. Es eso quizás lo que más lo lastima, esa mirada de extraña, condenándolo antes que lo hiciera el propio tribunal.
Nadie vino a verlo en prisión, todos de él se avergüenzan. Solamente se animó a venir un día su hermana, la menor, no para acompañarlo en su dolor o para decirle algo que lo reconfortara, solamente quiso hacerle saber mirándolo a la cara, que ya no le pondrá su nombre al niño que espera para la primavera.
De ninguna manera quiere que su hijo lleve el nombre de un criminal que ha deshonrado a su gente, aunque se trate de la sangre de su sangre, su propio hermano.
Recuerda como si fuera ayer cuando una tarde, llena de alegría, la joven le había anunciado la novedad: el pequeño tan deseado iba a nacer dentro de poco y junto con su marido habían decidido que llevaría su propio nombre, el mismo que su abuelo, ese que heredan en su familia los primogénitos. Pero ya no será así. Su ofensa lo cambió todo.
¡Por qué no se podrá retroceder el tiempo y desandar los errores que cometió!, los mismos que ahora lo están llevando a la horca. Lentamente. Para darle a su castigo todo el drama que se merece; para imponer el ejemplo; para que nadie piense que si alguien se atreve a incumplir la Ley pueda quedar impune.
Así lo quiso el Profeta, así lo han sentenciado los doctores.
¿Cuántos siglos hace que fue niño el que ahora está por morir? Ya no lo recuerda, casi ha perdido la cuenta de los años que alcanzó a cumplir. Recuerda que no quiso celebrar el último cumpleaños -¿Para qué? – pensaba – si la vida no es una celebración, si los días se suceden uno a uno, igual que siempre, solitarios como su destino.
Si pudiera retroceder el tiempo…cuántas cosas cambiaría…no se hubiera dejado tentar…hubiera luchado con uñas y dientes para no caer, para no dejarse llevar por esos ojos que le despertaron lo que siempre había estado dormido.
Maldijo el día que los vio por primera vez. Maldijo el día que se sintió vivo en aquellos brazos, olvidándose o pretendiendo olvidar al resto de los mortales durante las horas en que se encontraba a escondidas con su amante, con su perdición.
Pero cómo no caer en la tentación de aquellos labios, esa boca que le juró amor desde la primera vez que besó la suya. Maldijo también aquella boca, por un momento, apenas, pero la maldijo.
Si pudiera retroceder el tiempo…volver a la niñez, cuando la pureza aún existía. Volver a sentirse libre y en paz con la vida, como cuando jugaba corriendo junto con sus hermanos por el camino de los olivos. De repente recuerda hasta el olor de la hierba que crecía abriéndose paso entre las piedras.
Extraña sensación que despierta el terror ante la proximidad de la muerte. Blanda languidez del alma que quiere terminar de una vez con la tortura eterna de la espera.
¿Cómo será lo que vendrá después? ¿Qué caminos le habrán sido vedados ahora que morirá ajusticiado? ¿Cómo hubiera sido, en cambio, morir por la verdad de una causa justa? seguramente el espíritu se sentiría íntegro, limpio, dispuesto a encontrar la luz que guía a los justos luego de la muerte.
Pero ahora no sería así. Y ya no podía hacer nada para remediarlo. ¿Arrepentirse? Ya lo hizo, suplicando perdón ante el tribunal, ante sus padres que lo aborrecieron desde aquél día en que él y su amante fueron sorprendidos en aquellos juegos impuros.
Si pudiera retroceder el tiempo…sería más fuerte, más justo, más sano, más bueno. Pero ya no hay tiempo. La soga está alrededor de su cuello, mientras su mano derecha, helada ya por lo apretado de la atadura pareciera que quiere adelantársele, muriéndose ella antes que él.
Ojalá sea rápido, ojalá que no sufra demasiado. Quisiera escapar, acabar con ese suplicio que repitió una y otra vez en sus sueños, desde que lo apresaron, desde que fue condenado.
Ya es la hora por fin… el momento final ha llegado.
Uno al lado del otro, los dos amantes, los dos blasfemos que deshonraron a su Ley y a su gente deben morir. Para que nadie siga su ejemplo, para que ningún otro hombre cometa jamás semejante pecado.
Los hombres deben desear solamente a alguna mujer, la naturaleza lo dicta, esa es la voluntad suprema, nadie tiene derecho a afrentarla.
La soga está tensa, el doctor de la Ley ha dicho ya las últimas palabras exponiendo a todos la causa de su condena.
Ojalá no esté allí su madre. Ojalá no lo vea así ahora. No quiere mirar, no quiere ver aquella multitud que lo contempla y que lo condena.
Si pudiera retroceder el tiempo…si pudiera dejar que su alma se soltara en vuelo…
A su costado, el hombre que fue su mayor deseo hace siglos, es hoy, apenas, otro triste condenado. Llora. Lo escucha llorar implorando misericordia. Él no lo hace, prefiere dejarse llevar por cualquier pensamiento que lo aleje de ese lugar, que lo transporte a otro tiempo.
Los verdugos se alistan, la soga ya está preparada, sólo falta la orden y se cumplirá por fin la sentencia. Por fin llegó el final, se acabará en un momento la condena. El corazón quiere saltar de su pecho, la respiración se le acelera. No quiere morir…no. Pero quiere que la angustia termine, de una vez, que acabe!
Les vendan los ojos, ya no verá otra vez la luz, ya no habrá más soles. No se podrá contemplar nunca más en aquellos ojos que fueron su perdición.
Ahora son los sonidos los que traspasan sus entrañas, no escucha sólo por sus oídos, lo hace con todo su cuerpo…cada ruido por pequeño que sea le perfora por dentro, mientras intenta adivinar cuál será el último…tiembla entero, de pies a cabeza más aún por dentro que por fuera.
Siente que la puerta trampa se abre bajo sus pies, su cuerpo se precipita en el vacío mientras un sonido fuerte y seco lo hace despertar sobresaltado, empapado en el sudor de su espanto.
Su corazón late a un ritmo que lo asusta, a la vez que un grito de terror se le ahoga en su garganta. La oscuridad en la prisión es casi total, solamente alcanza a adivinar que el sol está por salir, allá afuera, detrás de las colinas.
Incrédulo comienza a entender que ha sido otro de los tantos sueños en los que una y otra vez vive y anticipa su destino. Ahora llora por la angustia de pensar que todo lo que sufrió no fue real, que aún no ha llegado el momento, que todavía debe seguir prolongando su terrible y dolorosa agonía, aguardando por la que será su hora, aquella que soñada y sufrida en eterna repetición no termina nunca de arribar.
El corazón de miel
Hace ya tanto tiempo que nadie recuerda la fecha con exactitud existió un reino cuyo nombre no es del todo necesario para el transcurso de la historia, lo que si deben saber es que, como en todo reino, había un rey, este rey es a quien podríamos calificar como el protagonista, pero de eso ya hablaremos luego.
Este rey en particular fue bendecido de mil formas diferentes.
Gobernaba a un reino prospero, en donde cada persona que vivía en él lo amaba como un padre, un hijo o un hermano, tuvo una vida plena y llena de extraordinarias aventuras; conoció a una buena mujer, de la que se enamoró y quien le dio hijos tan hermosos como ella.
Pero al final ningún amor, por más grande que este sea nunca perdura para siempre, y así fue en esta oportunidad. Tras muchos años de felicidad la reina, que sin duda fue la más querida por su pueblo y amada por un rey, dejo esta tierra.
Desde ese día de inmensa tristeza y dolor el rey no volvió a ser el mismo. Se encerró en su enorme castillo, carente de toda vida o alegría, casi no era visto por sus hijos o súbditos, y siempre estaba decaído, solitario, deprimido, como si con su reina una parte de él hubiera muerto.
Con el pasar de los años sus hijos se fueron distanciando del viejo rey, que al parecer no le importaba, lo mismo ocurrió con sus sirvientes, mozos y cocineros; aunque todos se quedaron por simple interés, conveniencia o por no querer perder los trabajos, pero la enorme estima y afecto que alguna vez sintieron por el rey había muerto.
En medio de la solitaria y decadente existencia que era la vida del anciano monarca, cuando parecía que permanecería en ese estado decadente y penoso por el resto de sus días una pequeña luz de esperanza llegó en la figura de un misterioso peregrino que pidió con urgencia ser recibido por el rey. El visitante llegó hacia donde estaba el rey, quien decidió atenderlo en su sala del trono. El dicho peregrino era un hombre mayor, de larga barba gris y de mirada penetrante, sus ropas son sencillas y usa un bastón delicadamente adornado para hacerse paso en la amplia habitación.
- Su muy estimada majestad – le dice con tono discursivo el viajero al apático rey que solo está, en silencio sentado en su trono, sin siquiera molestarse en darle las bienvenidas a su invitado – hasta mis oídos han llegado las perturbadoras noticias de la perdida tan grande y lo mucho que ha herido su buen espíritu.
- No vengo aquí como muchos otros charlatanes para ofrecerle objetos sin valor alguno, ni ha marearlo con palabras vacías – agrega buscando en el desgastado bolso que lleva consigo – yo he viajado por de punta a punta de este ancho mundo, y en el proceso me he topado con cientos de objetos, lugares y personas que rayan en lo imposible… y creo que este curioso artefacto puede ser la solución a sus problemas.
El peregrino saca de su bolsa un hermoso cofre adornado con las más finas gemas y metales preciosos que se pueden imaginar. Estampada en la tapa del cofre esta el diseño en filigranas de oro de un corazón.
- Este pequeño arcón le dirá justo lo que quiere saber, su alteza – agrega el viajero poniendo el cofre en el regazo del rey que mira la caja con una extraña fascinación – solo ábralo luego que yo me vaya – el viajero toma sus pertenecías y dice antes de irse – en su interior está la clave, no lo olvide y que tenga suerte.
Sin ninguna pregunta por parte del rey, ni tampoco otro comentario del misterioso viajero este se fue por donde vino. Siguiendo cauto y obedeciendo las instrucciones del viajero el rey esperó a que este se fuera y varios minutos más antes de abrir el arcón, claro está que con algo de recelo.
Al terminar de abrir la tapa del cofre se descubre una masa punzante, rojiza y del tamaño de un puño, que palpita rítmicamente en el mero centro del cofre. A primeras luces el rey se ve asqueado, luego intrigado y al final completamente fascinado. Usando algún tipo de magia arcana el viajero ha hecho que un corazón viviente y real apareciera en el cofre, pero este corazón tiene algo perturbadoramente único.
Una enorme, fea y deforme cicatriz cruza de lado a lado el órgano vital desfigurándolo, aunque eso no evite que siga palpitando al ritmo del compás. El rey se le queda mirando al interior de cofre durante horas y horas, buscando una explicación, algo que pueda responder preguntas tales como: ¿De quién es ese corazón?, ¿Para que esta en el cofre?, o, ¿Cómo es que el corazón que reside dentro de este artefacto le puede ser de utilidad?
Un día, justo cuando se cumpliría un mes de la aparición y partida del viajero una mucama, de las pocas que quedan a cuidado del castillo, fue a limpiar la habitación del rey. Este desde hacía semanas no sale de sus aposentos pero no se dio cuenta de la presencia de la sirviente, de lo absorto que está en sus pensamientos, hasta que la muchacha grita.
- ¿Qué ocurre? – pregunta el rey al acercarse al ovillo tembloroso y acurrucado contra la pared que es ahora la mucama.
- Hay… hay… ¡hay un corazón en la mesa! – llora la joven mucama señalando con el dedo tembloroso el arcón sobre el escritorio, está abierto. Esa mujer quería robarle y se salió con la imagen del desfigurado corazón. El rey fue hacia el cofre y lo que vio lo dejo sin habla.
En lugar del espantosamente descompuesto y dañado corazón, en su lugar esta un sano, vivo pero con algunas heridas y manchas oscuras, como si se hubieran quemado parte de la carne. El rey se acerca más a cofre, toca con la punta de sus dedos la madera del mismo y en un abrir y cerrar de ojos el corazón vuelve a estar igual de marchito y desgarrado como antes. En ese momento al monarca le llega un momento de inspiración, por fin la respuesta que tanto estuvo buscando le llega.
El arcón muestra como es el corazón de la persona que lo tenga. Eso significa que esa masa negra y palpitante es su corazón, el mismo corazón que ahora late excitadamente en su pecho.
¿Pero cómo?, ¿Cómo es posible que una simple criada tenga un corazón más limpio, bello y perfecto que el del monarca?, debe haber alguna respuesta y el no descansará hasta averiguarlo.
Usando una capa negra que le oculta el rostro el rey salió de su castillo esa noche, su misión es clara: conseguir a la persona con el corazón más bello y descubrir porque es así.
Durante el resto del día el rey hizo que cada persona con la que se topó a que sostuviera el arcón, la mayoría extrañada por la petición del viejo – nadie lo reconoció como su el rey que hace años que se había recluido – hicieron lo que les pidió, el rey abría el cofre cada vez que algún extraño lo sostenía, pero lo dejaba a este ver el interior del mismo.
Cada vez que alguien nuevo sostenía el cofre el corazón en su interior era diferente. Algunos totalmente muertos, otros fuertes y vigorosos, algunos con heridas y cicatrices, algunos con algunos raspones, pero ninguno cumplía las expectativas y deseos del rey, ninguno era un corazón perfecto o al menos no lo suficiente para el rey.
En medio de su búsqueda el rey apenas se dio cuenta que había llegado la noche.
- ¡Quítate viejo idiota! – le grita un hombre de apariencia descuidada quitándole el cofre al rey cuando este intentó hacer que lo tocara, el hombre tiró al suelo al monarca que no pudo hacer nada para defenderse.
- ¡Ya, déjalo en paz! – grita una voz femenina cuando el hombre se disponía a patear al rey que intenta incorporarse. De entre la multitud que se formó para ver el espectáculo se abrió paso una joven que no pasa de los quince años. Esa jovencita, cara de ángel y con ojos más brillantes que las estrellas ayudó a levantar al rey embarrado y lo llevo a un establo cercano donde le ayudo a limpiarse.
- Debería tener más cuidado cuando camina por las calles, señor – le dice la joven cuando le empieza a quitar el lodo del cabello – no todos los que viven en este pueblo son tan… corteses como deberían – agrega con una bella y radiante sonrisa grabada en los labios.
- Necesito que me hagas un favor jovencita – espeta el viejo, le extiende el arcón a la joven, ella lo toma sin pensarlo, la belleza del cofre la cautiva por completo, posiblemente nunca haya visto algo tan precioso – por favor quiero que habrás el cofre y me digas qué ves.
Al principio la joven actúo reacia, no paraba de mirar del bello cofre al rey que la mira fijamente a los ojos.
- ¿Cuál es tu nombre niña? – pregunta el rey.
- Beatriz, me llamo Beatriz señor – respondió la muchacha. Aún indecisa por fin abre el cofre, apenas se levanta la tapa todo el lugar es bañado por una repentina luz dorada que fluye como las olas del mar –. Es hermoso… ¿Qué cosa es este corazón?
El rey completamente azorado se acerca al cofre y con el cuidado para no tocarlo mira en su interior. Un brillante corazón de ámbar, de oro fluyendo, un corazón hecho de miel que destella y se mueve; lo más hermoso que jamás vio el gobernante, más que las joyas, más que el oro, más que cualquier otra cosa.
- Es este… será mío.
¡No, es mío!, ¿Por qué no brilla?, ¿Por qué no brilla? – grita una y otra vez el enloquecido rey mientras es arrastrado por los hombres fuera del establo, las mujeres lloran y gritan.
La joven Beatriz esta tirada en el piso, con las ropas rasgadas, el pecho abierto y destrozado con brutalidad y su corazón, su verdadero corazón tirado en el suelo con indiferencia. Las manos de la bestia que asesinó con tal monstruosidad están manchadas con la pura sangre de la jovencita, las manos del rey.
Al saberse la terrible verdad de lo que sucedió por todo el reino lo primero que pasó fue que el hijo mayor del rey destrono a su padre y para mantener la monstruosidad irreconocible perpetrada por el hombre que le dio la vida lo encerró, durante el resto de su vida se mantendrá oculto, para que sus atroces actos no perturben a nadie más.
Y así concluyeron los días del rey… pero un día, un extraño fue a visitarlo, la primera persona en ir a esa jaula desde que fue encerrado.
- Solo mira hasta donde ha caído el glorioso rey – dice un hombre viejo y con expresión de victoria, el otrora rey no tarda en reconocerlo como aquél viajero que le obsequio el arcón, la causa de su perdición.
- ¡Esto es tu culpa! – grita, no, murmura, años de reclusión y alimento insípido y casi suficiente han convertido al anterior monarca en un viejo débil y harapiento, una vista sin lugar a dudas desgarradora y triste, pero la brutalidad de sus crímenes no lo permiten recibir piedad o compasión alguna.
- ¿En realidad piensas eso? – pregunta el viajero acercándose a la jaula, toma los barrotes y comienza a reír de forma maniaca – ¡todo lo que te pasó es tu culpa!, sola y únicamente tuya – agrega recuperando la compostura.
El viajero se echa atrás, de repente es envuelto en flamas, el triste rey se acurruca en la esquina más lejana de la celda. Al apagarse las llamas el viajero había sido transformado en un hombre de veinte años de cabello negro azabache y ojos negros y completamente desprovistos de alma, como dos posos de eterna oscuridad.
- No creo que hayas comprendido la verdadera función del cofre, ¿o me equivoco viejo estúpido? – pregunta el joven proyectando un aura de maldad pura que le cala en los huesos al joven – ese artefacto te muestra solo lo que quieres saber, nada más – agrega haciendo aparece en su mano levantada el hermoso cofre, lo abre y muestra un oscuro vacío, el portal directo al abismo de tormento supremo – todo lo que vistes, pensasteis e hicisteis fue valiéndote de lo que tú querías.
Esa jovencita murió por que tú querías… no vengas a culparme de tus actos… los demonios no son los que empuñan la espada, si no los que te convencen de que es lo mejor tenerla.
- ¿Por qué me haces esto bestia del infierno? – pregunta enloquecido por la cólera el rey, se lanza contra los barrotes y busca con sus pocas fuerzas restantes de liberarse mientras que el joven no se inmuta y mira los fallidos intentos del rey con complacencia y con una expresión llena de perversidad.
- Porque es nuestro trabajo – dice el joven dándose la vuelta y caminando pausadamente hacia la salida – y soy envidia, la estrella más brillante, soy Lucifer y a ti te espera el tormento eterno.
Y sin prestarle atención a los gritos y protestas iracundas del rey Lucifer, demonio, se fue a la búsqueda de otras almas de las cuales apoderarse.